Los espacios verdes urbanos se consideran una de las formas más adecuadas y accesibles de mitigar los efectos del aumento de las temperaturas en los entornos urbanos. A medida que el clima global se calienta, las ciudades de todo el mundo se enfrentan a olas de calor más frecuentes y extremas, poniendo en riesgo a sus ciudadanos. Muchas ciudades están empleando estrategias para reducir el impacto de las islas de calor urbanas, que se generan cuando la cubierta natural del suelo se sustituye por superficies que absorben y retienen el calor, como las aceras y los edificios. Esto hace que la temperatura aumente varios grados en comparación con el entorno. Las ciudades tienen su microclima, influenciado por este fenómeno combinado con una serie de factores que a menudo se pasan por alto. Para que una estrategia climática sea eficaz, hay que tener en cuenta todos los factores.
Los niveles de riesgo de calor también están fuertemente correlacionados con la estructura social de la ciudad. Los barrios con sectores menos acomodados e históricamente marginados tienen menos acceso a los espacios verdes, lo que les expone a un mayor riesgo. A través de las normas de planificación y la zonificación del suelo, se puede disminuir el impacto en los ciudadanos desfavorecidos, mejorando su salud, bienestar y nivel de vida. Científicos como Winifred Curran y Trina Hamilton señalan que la mejora de la vegetación puede suponer un aumento del valor de las propiedades y puede provocar el desplazamiento de los residentes de larga duración. Sugieren una estrategia denominada "just green enough", creando intervenciones estratégicas para apoyar a las comunidades locales.
El simple aumento de la "cobertura verde" sin tener en cuenta la ubicación relativa de los espacios verdes no puede reducir eficazmente el problema del calentamiento urbano. - Wan-Yu Shih, profesor asociado del Departamento de Planificación Urbana y Gestión de Catástrofes de la Universidad Ming-Chuan de Taiwán
Corredores verdes y planificación climatológica
En 1938, la vanguardista ciudad alemana de Stuttgart decidió nombrar a un licenciado en meteorología para que estudiara las condiciones climáticas y su relación con el desarrollo urbano. La ciudad está situada en la cuenca de un valle con bajas velocidades de viento. También está muy industrializada, con una infraestructura de fabricación de automóviles, y densamente poblada. Las condiciones combinadas dieron lugar a una mala calidad del aire y a altos niveles de contaminación. Este primer estudio es considerado por muchos como el inicio de la "climatología urbana". Sólo un año después, al estallar la Segunda Guerra Mundial, el meteorólogo urbano fue designado para organizar las medidas de defensa aérea civil, que incluían el uso de niebla artificial para esconderse de los escuadrones de ataque aéreo, una acción efectiva, en cierta medida, antes de la tecnología del radar. Tras liberar grandes cantidades de niebla artificial, se descubrió que la nube de niebla se disipaba más rápidamente de lo previsto en determinadas zonas. Al mismo tiempo, tendía a permanecer más tiempo en otros distritos. El estudio involuntario a gran escala tuvo un impacto considerable en la planificación urbana, ya que generó conciencia sobre los corredores de aire fresco y su influencia en el clima urbano.
A través de la planificación y la normativa, Stuttgart fomentó el desarrollo de espacios abiertos en las parcelas de las laderas para permitir que las corrientes de aire descendieran por las colinas boscosas que rodean la ciudad. Elementos geográficos como ríos, valles y otros espacios verdes están protegidos como corredores de ventilación en el plan urbano, permitiendo que los vientos predominantes aprovechen los servicios de refrigeración. Para gestionar el aumento de las temperaturas, el primer reto es comprender la topografía, trabajar con ella y proteger los activos naturales del lugar.
Regulación de los microclimas
Se sabe que los espacios verdes reducen la temperatura media de la superficie terrestre, pero sus efectos refrigerantes tienen limitaciones. En la mayoría de las condiciones, a más de 100 metros de distancia, estos efectos apenas pueden percibirse. Las formas topográficas y geométricas de su entorno pueden determinar hasta dónde puede penetrar el aire fresco, ya que las fuentes de calor y los edificios físicos suelen formar barreras que bloquean el flujo de aire. Por ello, aumentar la cantidad de cobertura verde sin tener en cuenta sus condiciones locales sólo puede tener una eficacia limitada para reducir el calentamiento urbano. En las zonas urbanas densas con una disponibilidad de espacio limitada, comprender estas condiciones es crucial para crear una estrategia eficaz.
Los grandes espacios verdes son preferibles para crear islas estables y frescas, pero no todas las ciudades pueden implantarlos. Los estudios demuestran que las pequeñas agrupaciones de zonas verdes también pueden ayudar a distribuir el aire fresco y reducir considerablemente el calor urbano. Distribuir pequeños espacios verdes alrededor de islas frescas más grandes, como ríos o parques, también puede extender sus efectos benéficos a un área mayor. El tipo de vegetación también es importante. Las plantas toman el agua del suelo y la evaporan lentamente a través de sus hojas, reduciendo así la temperatura del aire, un proceso llamado evapotranspiración. Los árboles son más eficaces que los arbustos y las hierbas por su mayor superficie foliar y su capacidad para dar sombra.
Calles arboladas
La geometría de las calles afecta al microclima de una ciudad de forma compleja. Su anchura y orientación determinan la exposición solar de los edificios circundantes. En los climas cálidos y secos, se recomiendan las calles estrechas para garantizar un sombreado adecuado y evitar el sobrecalentamiento. Por otro lado, las calles estrechas pueden limitar el movimiento del aire e interrumpir los canales de ventilación natural, un aspecto especialmente importante en los climas húmedos. Por el contrario, las calles más anchas permiten la circulación del viento pero aumentan la cantidad de luz solar directa tanto a nivel de la calle como de los edificios circundantes. La plantación de árboles a lo largo de las calles puede compensar eficazmente algunos de los efectos adversos de la geometría de las mismas. Se ha comprobado que un dosel de árboles que cubra al menos el 40% contrarresta el efecto de calentamiento del asfalto.
Los espacios verdes de las ciudades pueden cumplir multitud de funciones: pueden convertirse en espacios de interacción social, recreo y juego; pueden servir de hábitat para la fauna y flora silvestres y aumentar la biodiversidad de las ciudades; la vegetación puede ayudar a reducir el ruido y actuar como filtro de la contaminación, además de contribuir a la gestión del agua de lluvia y la regulación de la temperatura. El profesor asociado Wan-Yu Shih, del Departamento de Planificación Urbana y Gestión de Catástrofes de la Universidad Ming-Chuan de Taiwán, advierte, sin embargo, que es posible que todas estas funciones no puedan coexistir. Se necesita una planificación estratégica para definir las funciones más impactantes que pueden desempeñar los espacios verdes en los esfuerzos por adaptar el entorno urbano a los retos sociales y medioambientales a los que se enfrentan.